Esta novela del veterano periodista José Pulido está hecha con una vehemencia artesanal que conmueve por la sola presencia de nuestro más remoto y entrañable imaginario léxico de la infancia. Nada nos es más caro al leerla que la inusitada sensualidad dual que se desborda de la fiesta de corpus christi pero que también se escabulle de esa prosa rochelera que nos muestra Pulido. El pueblo de Naiguatá representa el concierto del placer y el dolor, representa el encuentro casual del florecimiento de la belleza femenina que explota en sensualidad y de la apocalíptica podredumbre que exorciza las culpas colectivas del pueblo. En El bululú de las Ninfas el discurso se amaña, se vuelve un cómplice demasiado fantasioso, demasiado lúdico.
El bululú de las Ninfas es una novela-bitácora donde se construye un imaginario Caribe. Pudiéramos decir con cierta faramallería intelectual que esta novela irrumpe, con su pendencia Caribe, en el lector como queriéndoselo comer. Nada hay más ajeno a estas páginas que la mesura. Ni siquiera cierto detective alemán, que investiga el crimen de una viuda y que ha viajado desde tierras teutonas, logra escapar de esa vorágine costeña. En esta obra la sandunga lingüística hace de las suyas, un sabroseo inquietante abordará a los lectores desde el inicio mismo hasta la última línea. Un ejemplo:
“El sofisticado”
Hubo una época en que Bubute, después de ver una película sobre Casanova, se dedicó a imitar al personaje con gran ilusión. Trataba de moverse como entre fiestas y castillos, entre palacios y recovecos femeninos. Saludaba con inclinaciones de cabeza y pedía perdón por cualquier cosa. Ese fue el mejor intento de todos los que ha emprendido en su afán de enamorar a Antonia, a juició de Anaconda y Yuleisis. Se alisó los chicharrones de la cabeza y se dejó un bigote delgadito que lo transfiguraba en bailarín de tango. Tenía algunas salidas geniales, era caballeroso y delicado. Dicen que en esos días ni siquiera se le conoció eructo o se le escuchó pronunciando sus obscenidades predilectas. Ensayó gestos nobles, no exentos de gracia. Hasta que comenzó a mencionar las cosas, los oficios y los oficiantes con nombres que desataban la burla de propios y extraños. Le decía mondadientes a los palillos, aguas perfumadas a las colonias y otras esencias. Llamaba mozos a los mesoneros y taberneros a los dueños de bares y botiquines. Como Antonia tampoco cedió esta vez ante el cambio sufrido por su enamorado, Bubute fue dejando de lado el perfil de Casanova, no sin antes generar controversias, porque la retirada la efectuó lanzando teorías que causaron resquemor en el seno de la sociedad.
Con esta fábula diletante se inicia uno de los apartes más deliciosos de esta macrofábula. Como Bubute muchos de estos personajes están hechos de palabras, en un sentido literal. Así como Bubute, Antonia, Bernardito y hasta el propio Hans son un temperamento léxico vibrando de discurso. Cada uno de ellos se transfigura en figura lúdica que se entrompa con ese placer que en el Caribe llamamos gozadera, pero también estos personajes se transfiguran en soliloquios nostálgicos, una suerte de carrucha infantil en donde se dan colita el desparpajo y la modorra, la lujuria y la fe. Cuidado lector, no te olvides de “comprar tu botella de lujo, por supuesto anís cartujo” (parafraseada de la canción el “motorizado” de Vagos y Maleantes), recuerda que El bululú de las Ninfas es la impronta de los duendes traviesos del Caribe. Con esta novela seguramente nacerá una generación de sommeliers que paladearán de gusto los matices léxicos que se desprenden del bululú de palabras de esta fábula de la sabrosura.
José Alejandro Moreno Guevara